REGRESO EN OTOÑO

Siempre que la nostalgia tiende su urdimbre
de palomas sobre los tejado,
me dirijo silenciosamente a la casona paterna,
a saciarme de rostros amados en una noria de retratos.
Sólo la hojarasca sale a recibirme con sus lámparas ocres
y me abre camino por el sendero olvidado
con su dialecto de nombres. 
Regreso, después de haber acumulado perdón en las heridas.
“Aún no he podido tapiar las grietas de las palabras nunca dichas,
ni ordenar el caos del alma para evitar el derrumbe”.
El tiempo ha apostado en mis sienes
despiadados heraldos cenicientos, tan distintos
a los filamentos de luna que tenía mi  madre en sus cabellos.
Vano intento el de disfrazar las soledades que me habitan,
ellas son las que me impulsan a recorrer el laberinto de recuerdos
de pasados días, cuando arrobada en ilusiones, el sol al verme,
arrojar al aire mis gorriones de caprichos… sonreía.
Hoy, para consolarme, noble astro,  me regresa a la adolescencia,
cuando al universo  del  patio lo transmutaba mágicamente,
de soledad a un paraíso de pájaros y glicinas.
En esas horas soleadas (privilegio cotidiano),
me abocaba al rito bajo el naranjo.
El verano, se enredaba a mi alegría
y yo renacía en sus luminosas manos,
los hombros al aire, libertos.  Mis brazos,
era cesta agobiada con naranjas maduras
y mi rala trenza de hojas  coronada.
Luego, recostada sobre la hierba dejaba
que a la isla azul de la memoria,
vinieran a saciarse los sueños mensajeros del alma.
Le permitía al sol anclarse en mi piel e inocente dejaba
que las mariposas de precoces rebeldías
por mis venas vagabundearan.  ¡Todo aquél encanto era mío!
Ahora sé que no podré recuperarlo.
Que ya no regresará aquella sinfonía de colores.
La glorieta donde el sol tejió con sus dedos de oro algarabía,
hoy solamente  dedos mustios entrelaza,
y la hamaca, inhabitada, se columpia entre gemidos, descolorida y desgarrada…
Dolorosamente observo que sólo la hojarasca anida la orfandad de las ventanas.
¿Dónde quedaron madre las cintas de acetato
y la bendición de recibir tus besos-mariposas en mis trenzas?
¿Y los cuadernos abiertos sobre la mesa?
¿Y las flores de paraíso en mi cuello como diademas?

Sabes, te extraño tanto mamaíta, que  regreso en mi otoño,
porque he visto que mi rostro es reflejo del tuyo,
y tu voz, es un clamor oculto en mi voz.
¿Será que el amor que nos unía
es un río con memoria  en el calendario del alma
y que en lágrimas va deshojándome?

¡Ay! Madre…
Podrías desde el cielo extender tus brazos y abrazarme...
Necesito  confesarte que ya no puedo más,
                                            con tanto vacío en el corazón.