YARARÁ

La yarará se fue hace un tiempo
y se llevó las cruces ocres
de su piel escamosa,
sus ojos sin párpados
y su lengua movediza y bífida.

En su hipnótica actitud
y el temor innato a su mirada,
nos salpicaba el encanto
de una ancestral seducción
subyugante y enigmática.

Hemos convivido con el bíblico peligro
de riesgos más míticos que reales
y hemos admirado su belleza montaraz
en sus apariciones alborotadoras
de nuestra apacible quietud entre pinares.

Casi no la vemos a la yarará
de la que éramos casi sus amigos.

De mi libro “De mis poemas guardados”. 2016